lunes, 31 de diciembre de 2007

"Merece lo que sueñas"



Para o 2008 teño mudanzas, proxectos, distancias. Facerme maior, facer deporte, facer limpeza. A facultade, a biblioteca, os diccionarios e as palabras do cambio de século. Estar triste, concentrada, estar nerviosa, entusiasmarme, botar de menos. Axudar a cumplir os soños dos demais. Merecer o que soño.




Hablar por hablar, arrancar sones a la desesperada, escribir al dictado lo que dice el vuelo de la mosca, ennegrecer. El tiempo se abre en dos: hora del salto mortal.

Palabras, frases, sílabas, astros que giran alrededor de un cetro fijo. Dos cuerpos, muchos seres que se encuentran en una palabra. El papel se cubre de letras indelebles, que nadie dijo, que nadie dictó, que han caído allí y arden y queman y se apagan. Así pues, existe la poesía, el amor existe. y si yo no existo, existes tú.

Por todas partes los solitarios forzados empiezan a crear las palabras del nuevo diálogo.

El chorro de agua. La bocanada de salud. Una muchacha reclinada sobre su pasado. El vino, el fuego, la guitarra, la sobremesa. Un muro de terciopelo rojo en una plaza de pueblo. Las aclamaciones, la caballería reluciente entrando en la ciudad, el pueblo en vilo: ¡himnos! La irrupción de lo blanco, de lo verde, de lo llameante. Lo demasiado fácil, lo que se escribe solo: la poesía.

El poema prepara un orden amoroso. Preveo un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de su esclavitud, y amores implacables rayando el espacio negro. Todo ha de ceder a esas águilas incandescentes.

Por las almenas de tu frente el canto alborea. La justicia poética incendia campos de oprobio: no hay sitio para la nostalgia, el yo, el nombre propio.

[...]

Cuando la Historia duerme, habla en sueños: en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando la Historia despierta, la imagen se hace acto, acontece el poema: la poesía entra en acción.

Merece lo que sueñas.



Octavio Paz (Hacia el poema)




sábado, 29 de diciembre de 2007

"You cuidé a Harlem. Ahora Harlem cuidará de mí."



Parecía, sonaba, recordaba, se presentía coma unha gran película. Pero é que ademais resulta que o é. Unha gran película. Un peliculón. Ridley Scott (que tamén fixo Blade Runner, e Thelma y Louise, e Los Impostores, e Gladiator) sabe facer, ás veces, grandes películas que se deslizan coma clásicos na pantalla, pero que non son imitacións de clásicos, senón novos edificios construidos como os diseñarían os máis grandes.

American Gangster ten unha historia con gancho, uns bos diálogos, uns secundarios algo descuidados, unha luz traspasadora, un ritmo crecente e trotador, un control do tempo e do espacio en equilibrio. Pero sobre de todo, ten dous animais que arrastran a trama, as miradas, o sangue, alá onde eles decidan. Denzel Washington, cada vez máis xoven, e Russel Crowe, cada vez máis adulto, devoran con poderosa mandíbula. Interpretan cos silencios, cos cargados ombros, cos poros, co bafo, coas enxivas, coas mans violentas, compulsivas. Camiñan felinos, coma un tigre asiático, o primeiro, e coma un gato da rúa o segundo. O seu tardío encontro, a ambos lados dunha mesa, supera a tensión electrizante do mítico encontro de monstruos en Heat.

Disculpade o entusiasmo, xa sei que as excesivas expectativas frustan ás veces as mellores películas.

Pero é que ata Michael Corleone estaría orgulloso...






viernes, 28 de diciembre de 2007

Enfermedades do inverno




Si no fueran ciegos
nos verían
esta luz que habita en nuestro pecho.

Hijo, abrígate bien. Y ponte la bufanda.
No vayas a coger alguna bala en los pulmones.
Que no está el tiempo bueno todavía.

Llegará el tiempo
de los hombres desnudos,
madre,
y ¡ay de los que entonces
no tengan nuestra luz dentro del pecho!
Ay de los oscuros.
Se morirán podridos de su noche.

Pero mientras llega el verano,
cuando salgas,
tú abrígate bien el pecho, hijo mío.
No vayas a coger alguna bala en los pulmones.
Que no está el tiempo bueno todavía.


(de J. L. Pacheco, musicada e cantada por Luis Pastor:

)


jueves, 27 de diciembre de 2007

Guerras internas



Se as comidas navideñas che dan guerra... nada de axudas químicas para arreglalo!


Pasea polas rúas ateigadas de xente, luces e neve de polispán. Baila e canta. Ri a gargalladas. Chora e emociónate vendo vídeos familiares. Xoga ás cartas. Envolve regalos con moito segredo. Manda mensaxes absolutamente tópicas e mensaxes que din cousas novas con palabras gastadas. Viaxa en tren. Abrígate. Ilusiónate.



Porque implicarse é un gran deporte...






lunes, 24 de diciembre de 2007

Cuento de Navidad de Auggie Wren


[...]

A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?

Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.

No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.

—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.

Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.

—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.

Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carné de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carné, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?

Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.

La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.

—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.

Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.

—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.

Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.

Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.

—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.

No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.

No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.

Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.

—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.

[...]




Este é só un fragmento do relato "Cuento de Navidad de Auggie Wren", escrito por Paul Auster e grabado nas nosas retinas gracias á película Smoke. Puro Auster, pura emoción dura, contundente. Con aristas. Un perfecto conto de nadal imperfecto.


Boas festas a todos.




PD: Para completar o fragmento entra en http://www.letropolis.com.ar/2005/12/AUSTER.htm


sábado, 22 de diciembre de 2007

Money Money



Porque tomalo con humor forma parte (creo) do segredo da felicidade... sorride.

martes, 18 de diciembre de 2007

Polar




A la Avenida de la Estrella Polar
llega primero el invierno
Sobre las hojas muertas cae el sol
que no calienta los huesos...

(de Pereza)




Quero ser o oso branco de Coca-Cola para saber moverme con elegancia e paciencia a través do frío.

domingo, 16 de diciembre de 2007

O canto do cronopio




Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días. Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.

(Julio Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas, 1962)




Cando vou camiñando pola rúa e no mp3 empeza a sonar a canción xusta, exacta e perfecta para ese momento e ese lugar, batéme duro no peito un cronopio que canta con forza dentro de min. Pero ninguén o sabe. Disimulo, silenciosa, e camiño coma se nada sucedese, e quizais esbozo simplemente un sorriso cómplice co meu cronopio cantor.


Tamén hai días, coma hoxe, en que un sorriso de miña nai consigue inspirar todo un coro de cronopios no meu peito.




miércoles, 12 de diciembre de 2007

Explosión navideña



¡Que xa están aquí as festas! ¡Non vos resistades!

Mañá sorteo do amigo invisible, o día 19 comida cos compis da carreira, e a noite do 20 saímos as do chiringuito para romper moldes na zona de marcha máis pija de Coruña!!

E despois, recollemento familiar, comidas pantagruélicas, papel de regalo, despedidas dun ano longo, e duro e cheo de cambios... Definitivamente, o que nos queda por vivir de 2007 é o mellor de todo o ano!

sábado, 1 de diciembre de 2007

Feliz aniversario



Que guapos son, que guapos están. Que felices foron hoxe, coma nenos.

Tan bos, con tanto amor que teñen, con tanto amor que nos dan.
Non quero que ninguén lles faga dano. Porque son a proba de que o futuro é mol e luminoso. Porque os quero tanto....