sábado, 23 de agosto de 2008

Vintecinco anos




Con aire soñador, comentó: Nada hay tan hermoso como la música, eso sí. Dirigió una mirada al retrato en colores del cantor: desde la eternidad, Gardel, deslumbrante con su frac, también parecía sonreírle. Luego, volviendo hacia Martín, prosiguió con su censo: Después están las flores, los pájaros, los perros, qué sé yo... Lástima que el gato del café me comió el canario. Era una gran compañía. No nombra al marido pensó Martín, no tiene marido, o ha muerto o ha sido engañada por cualquiera. Casi con entusiasmo, dijo: ¡Es tan lindo vivir! Mire, niño: yo tengo veinticinco años y ya me da pena porque un día tendré que morirme. Martín la miró: había creído que tenía cuarenta años. Cerró los ojos y quedó pensativo. La mujer creyó que volvía a sentirse mal porque se acercó y nuevamente le puso la mano en la frente. Martín volvió a sentir aquella mano cubierta de callos. Y Martín comprendió que, tranquilizada, aquella mano permanecía un segundo más, torpe pero tiernamente, en una pequeña caricia tímida. Abrió los ojos y dijo: Me parece que el té me ha hecho bien. La mujer pareció sentir una extraordinaria alegría. Martín se sentó en la cama: Me voy -dijo-. Se sentía muy débil y muy mareado. ¿Se siente bien? -preguntó ella, preocupada-. Perfectamente. ¿Cómo se llama usted? Hortensia Paz paraservirausté. Yo me llamo Martín. Martín del Castillo.

Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique, regalo de su abuela. Le regalo este anillito. La muchacha se puso colorada y se negó. ¿No me dijo usted que en la vida hay alegrías? -preguntó Martín-. Si me acepta este recuerdo tendré una gran alegría. La única alegría que he tenido en el último tiempo. ¿No quiere que me ponga contento? Hortensia seguía vacilando. Entonces se lo puso en la mano y salió corriendo.


(Ernesto Sabato, Sobre Héroes y Tumbas, 1961)







Nota: Os días pasados en Ferrol, arquivados dende agora no caixón das burbullas perfectamente esféricas e transparentes, deixáronme, sen embargo, valeirada de enerxías e palabras. Menos mal que sempre podemos servirnos das palabras dos demais para encher os silenzos, a preguiza, a torpeza. Que xa se van notando os anos...


:)







1 comentario:

  1. Ás veces, convén.
    Non sempre, claro, pero de cando en vez, necesitamos quedar case a cero de palabras, de enerxías; deixar que o mundo circule mansamente ao noso redor, escoitar os nosos pasos de vagar por rúas doutras cidades, de microcosmos alleos a nós mesmas; perdernos no regusto pequenoburgués de lugares estranos na procura dun tempo indolente, sen números que marcar, sen pescudas que organizar, sen rituais domésticos que nos fatiguen...
    Perto de nós, os que nos aman rin, conversan, cociñan, encestan... conspiran, en definitiva, para facernos mansamente felices.
    Qué máis podemos pedir? Outros 25?

    (Eu vou pedir 50)

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